miércoles, 26 de enero de 2011

Si sale cara, sale bien...

Dicen que pocas veces a lo largo de nuestra vida conseguimos dejar atrás en lo que nos hemos convertido para regresar a nuestra esencia, a lo que éramos antes de que la vida nos sorprendiese con sus golpes.

Andas por la calle, te impregnas de la tranquilidad de tu rutina, antepones cualquier cosa a tus sentimientos, y, sin darte cuenta, te olvidas de un viejo amigo al que has ido descuidando con el tiempo: tu corazón.

Ya has hecho tus planes, has orientado tu vida, sigues los pasos que te has ido marcando a lo largo de los últimos años, hasta que un día empieza a hacer aire. Se vuelan los planos, pierdes el patrón a seguir, se alborota tu mundo y ya no sabes ni dónde estás.

Tú, que te habías olvidado de tu amigo. Tú, que ya no sabes ni qué estás pensando porque tu cabeza funciona más rápido de lo que eres capaz de asimilar. Tú, que de repente ves cómo se están encendiendo cientos de luces solas mientras luchas por apagarlas todas.

¿Sabes cuál sería el mejor regalo posible? Una moneda con dos caras, como en los episodios de aquella serie que me invitaba a soñar. Sí, quiero una moneda con dos caras. ¿Cara o cruz? ¡Cara! No puede salir mal… Y si sale mal, ¡qué más da! Al menos eres consciente de que has recuperado a tu querido amigo con el que tantas cosas has vivido… Y eso ya no te lo quita nadie.

martes, 11 de enero de 2011

No tenía miedo a las dificultades...

Esperar duele. Olvidar duele. Pero no saber si debemos esperar u olvidar es el peor de los sufrimientos.

- Paulo Coelho


La mayoría de los que lleváis tiempo leyendo este blog sabéis que el verbo esperar es parte de mi vida. No importa lo bien o lo mal que puedan ir las cosas, siempre tengo que esperar para comprobar cuál es el resultado final. Imagino que a todos nos pasa lo mismo, pero nunca había prestado atención a las veces que repito dicho verbo en mis conversaciones hasta que un día una amiga me informo de ello.

No obstante, hace unas semanas llegué a un punto en el que el camino se bifurcaba en dos: esperar u olvidar. ¿Cuál de los dos tenía que escoger? A mi derecha, el camino del quizás, del optimismo. A mi izquierda, el sendero del nunca jamás, hacia el adiós, borrón y cuenta nueva.

Como no sabía muy bien qué hacer, me senté y contemplé mi indecisión. Mirada hacia a un lado, mirada hacia el otro. Casi sin darme cuenta ya estaba esperando, había decidido en el preciso instante en el que me había sentado.

¿Sabéis? Por más que odie el verbo esperar creo que esta vez ha merecido la pena. Me ha hecho ganar en paciencia, conseguir los resultados por mí misma. La espera me ha provocado más sonrisas de las que esperaba. He creído estar soñando cuando en realidad estaba despierta.

Ahora han vuelto a dar al botón del pause en mi vida. Los días se convierten en años. Las manecillas del reloj se ríen de mí y parecen ir en sentido contrario. ¿Qué me deparará esta nueva espera? No lo sé, y también sabéis que la incertidumbre es otra vieja enemiga, pero uno de mis propósitos para este 2011 es intentar ver más la cara y menos la cruz de la moneda, y es que la espera hace que mi deseo aumente y las ganas hagan mayor acto de presencia. El mañana no sé qué me traerá, pero mientras estoy disfrutando de mi pequeño presente, saboreando esta ansiedad que me hace cosquillas en el estómago.