jueves, 23 de septiembre de 2010

Casi sin mirarte...

Es increíble como, a veces, sin darte cuenta, alguien entra porque sí en tu vida y pone todo patas arriba. ¿Quién te ha dado permiso? Vale, de acuerdo, quizás haya sido yo… Pero, ¿por qué?

En realidad adoro ser tan desconfiada y que se me de tan bien guardar las distancias cuando siento que puedo caer, que me pueden hacer caer. Siempre tengo un plan B, uno de esos que me hacen sentir segura. Pero hay ocasiones en las que no sirve de nada prevenir porque al final terminas teniéndote que curar por haber saltado desde la azotea sin miedo. Es por eso por lo que estoy asustada, porque sé que no hay un colchón esperándome bajo el precipicio.

Qué más quisiera yo que poder asumir riesgos si la esperanza me diera razones para pensar que sí. Cierto es que la esperanza no ha hecho acto de presencia, pero hoy las señales me mostraban el camino. Sí, esas señales que un amigo me enseñó a interpretar hace años, esas que te dan el impulso necesario. En esta ocasión ha venido acompañada de una canción maravillosa. Todo parecía perfecto… Pero no, tan sólo era un escenario y una interpretación, esa película que creo estar viendo ahora mismo y que seguramente, cuando me meta en la cama, querré seguir visualizando. Mañana es cuando todo volverá a su sitio, la sensatez volverá a mí y yo, mientras tiro de resignación, asumiré por imposible cualquier tipo de oportunidad.

Pero hoy, ¿quién me impide sonreír hoy ante tal posibilidad? Hoy quiero creer que todavía hay esperanza para mí, que no estoy vacía, que mi corazón aún puede acelerarse con una simple mirada. ¿Mañana? ¿A quién le importa lo que pase mañana?

jueves, 2 de septiembre de 2010

Bofetones del pasado


¿Nunca os ha ocurrido el acudir a un sitio al que hace mucho tiempo que no vais y que mil recuerdos os abofeteen la cara? Un sitio al que habéis llamado casa, en el que os habéis sentido bien, donde os han ocurrido cosas maravillosas.

Hoy he retrocedido cuatro años. He acudido al lugar en el que he pasado toda mi adolescencia. Un lugar al que no volvía desde hacía ya años, y me he reencontrado conmigo misma, con aquella niña de diecisiete años que quería comerse el mundo. Me he visto andando por los pasillos, riendo, charlando, preocupada por un examen que no me había salido como yo esperaba. He visto el escenario de seis años de mi vida en el que, para mí, yo era la protagonista junto con la gente que me importaba.

Justo al cruzar la puerta de entrada he sentido ese beso del primer día del último año de clase. Ese beso que me diste tú, querido amigo, mientras me abrazabas y subíamos las escaleras a nuestra clase, a nuestras dos mesas juntas, a esas dos sillas. ¿Cuántas horas habremos pasado sentados juntos? Seguro que tantas como horas te he echado de menos desde que no estás a mi lado.

Al entrar en el recibidor te he recordado a ti, sentada en el banco de la entrada, mirando a los chicos pasar, cotilleando y riendo antes de que sonara el timbre que nos anunciaba el comienzo de las clases. ¡Qué pocas ganas tenias de pasar seis horas allí, sentada, mirando las horas pasar!

Cuando estaba sintiendo en la piel tantas emociones juntas he escuchado ese calificativo tan propio de él, pero tan impropio para su condición. ¡Qué alegría! He notado cómo empezaba a temblar… ¿Quién iba a venir a verte si no era yo? ¿Quién se iba a alegrar más de verme si no eras tú? Siempre te hará ilusión que te cuente cómo me va la vida desde que dejé atrás todo esto, y a mí siempre me encantará contártelo, porque sé que tú sí que te alegras de verdad.

Besos, abrazos, preguntas de interés por cómo me había ido todo en estos años…
“¿Ya empiezas cuarto? Pero si no hace tanto tiempo que te fuiste de aquí.” ¡Ay, Marta! Sí que pasa el tiempo, sí, aunque tú sigas teniendo la misma carita de niña que siempre.
“¡Qué ambiciosa eres! Tú siempre has luchado por lo que querías.” ¡Qué ternura me has despertado después de tanto tiempo! ¡Qué mayor estás! Pero, al fin y al cabo, esa es tu casa, es donde perteneces y, de alguna forma, el sitio te pertenece también a ti.

He preferido recordar las cosas buenas que me siguen sacando una sonrisa a día de hoy, ya que no merecía la pena recordar en un sitio al que tengo tantísimo cariño las cosas no tan buenas, y las cosas que fueron buenas en su día y que luego me provocaron dolor.

Así pues, hoy no puedo quitarme de la cabeza tu pelo recién cortado, nuestras miradas cómplices y nuestras risas interminables. Tampoco puedo olvidarme de tus consultas constantes al reloj, tus malas caras los lunes y tus sonrisas a la hora de descubrir a los chicos nuevos cada año. Porque no puedo dejar de sonreír mientras recuerdo que gracias a ti estoy estudiando esta carrera que no veía para mí pero con la que tú sabías que me terminaría por identificar. Porque viste en mí algo que ni yo misma veía, porque confiaste en mí, porque me hiciste creer que era más que capaz.

Porque al fin y al cabo la vida no era tan mala junto a vosotros. Por eso hoy os dedico mi atención, mi tiempo y mi sonrisa bañada de lágrimas por la nostalgia de momentos de inmensa felicidad.

Por todos vosotros, que hacéis que quiera seguir luchando y evolucionando para que sigáis sintiéndoos orgullosos de mí. Siempre formaréis parte de mi vida.